Vivencia transpersonal: El Almendro en LLamas
«Di la vuelta a la casa y avancé por el sendero cuesta arriba, a lo largo del bardal. En el vértice, señor en un trono, solitario y aislado, un árbol más alto. Fue agrandándose a compás de mis pasos y, de repente, cuando estuve ante él, un súbito silencio sobrevino. Me sentí en un recinto sagrado, descubriendo que el Absoluto empieza en el Silencio, más allá de la música de las esferas. Entonces flameó mi Zarza Ardiente.
Se incendió aquel encaje de ramas. El almendro floreció de golpe. Me quedé sin razón, puro mirar atónito, ante aquel fuego blanco de infinitos pétalos. Ardiente por su vibración. En eso consistía el milagro: en que, al estallar en flor, el almendro vibraba rapidísimo como un diapasón callado, obligando a ondular el universo. Vibraba el aire, el perfil de la colina, el firme de la tierra, el cielo y hasta el silencio. El cosmos se centró en el Almendro, condensado él mismo en encendida nieve, blancura vibrante, luz absoluta. Cegadora y, por eso, tenebrosa también. Vibración de oscura luz: el Absoluto.
Cuando volví del éxtasis, el mundo era como antes. […] El almendro ya no tenía flores, parecía más reseco que nunca, como si quisiera provocarme a no creer en el milagro. Pero ya estaba florecido en mí para siempre, ya que había brotado en mi caverna interior el árbol del Absoluto. No caí de rodillas, no ocurrió nada espectacular. Me limité a reanudar mi camino -eso sí, tembloroso todavía-, hasta coronar la colina y descubrir el mar. El tiempo había vuelto a ponerse en marcha.»
José Luis Sampedro